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MEDITACION

¿No sería acaso necesario un esfuerzo creciente de meditación? ¿no es cierto que cuantas más horas se medita mayores progresos se hacen?

El número de horas pasadas meditando no es un índice del progreso espiritual. Cuando ya no tienes que hacer esfuerzo para meditar, entonces has progresado realmente.
Llega un momento en que más bien ha de hacerse esfuerzo para finalizar la meditación, en que resulta difícil no meditar, difícil dejar de pensar en el Divino, difícil des­cender de nuevo hacia la consciencia ordinaria. Puedes estar seguro de haber realizado un verdadero progreso cuando la concentración en el Divino ha llegado a ser la necesidad de tu vida, cuando no puedes prescindir de ella, cuando prosigue naturalmente, de la mañana a la noche, cualquie­ra que sea, por lo demás, tu ocupación, ya sea que te sien tes para meditar, o que te muevas para actuar y trabajar. Lo que se te exige es la consciencia; no hay sino una cosa necesaria: ser constantemente consciente del Divino.

¿Pero. no es quzá una disciplina indispensahle sentarse para meditar?,¿:y no se obtiene así una unión con el Divino más intensa y más concentrada?

Es posible. Pero la disciplina por sí misma no es lo que nosotros buscamos. Lo que queremos, es estar concentrados en el Divino en todo lo que hacemos, en todo tiempo, en todos nuestros actos, todos nuestros movimien­tos. Hay algunos aquí, a quienes se les ha dicho que medi­ten, pero también hay otros a quienes jamás se les ha pedi­do que lo hagan. Y no obstante, no habría que creer que no progresan. También ellos siguen una disciplina, pero de otra naturaleza. Trabajar, obrar con devoción y con una consagración interior, es también una disciplina espiritual.
El objetivo final es permanecer en unión constante con el Divino, no solamente durante la meditación, sino en todas las circunstancias de la vida activa.
Algunos, cuando se sientan para meditar, entran en un estado que consideran muy extraordinario y delicioso. Permanecen allí, contentos de sí mismos, y olvidan el mundo; pero si se les molesta, salen de él furiosos y agita­dos, porque su meditación ha sido interrumpida. Esto no es ciertamente un signo de disciplina o de progreso espiri­tual. Otros, que lIevan una vida activa, parecen pensar que su meditación a una hora fija es una deuda que deben pa­gar al Divino; son como los hombres que van a la iglesia una vez por semana y creen que así han dado a Dios lo que le debían.
Si necesitas hacer un esfuerzo para ponerte a meditar, estás todavía muy lejos de poder llevar la vida espiri­tual. Cuando, por el contrario, te exige un esfuerzo dejar­la, tu meditación puede indicar que estás en la vida espiri­tual. Hay disciplinas, tales como el Hatayoga o el Rajayoga que se pueden practicar sin tener nada que ver con la vida espiritual; el primero conduce principalmente al control del cuerpo, el segundo al control de la mente. Pero entrar en la vida espiritual quiere decir zambullirse en el Divino como nos zambullimos en el mar. Y esto no es el final, sino únicamente el comienzo; pues tras haberse zambulli­do, se debe aprender a vivir en el Divino.
¿Cómo hacer esto? Simplemente hay que saltar directamente dentro, sin pensar: «¿Dónde caeré? ¿Qué será de mí?» Es la vacilación miedosa de la mente y del vital lo que te impide ha­cerla. Déjate llevar sin más. Si deseas zambullirte en el mar y no dejas de pensar: «¿No habrá una roca aquí o una piedra allá?», jamás saltarás.

Pero el mar se ve y así se puede saltar directamente dentro de él. ¿Cómo se puede saltar a la vida espiritual?

Por supuesto, debe haberse tenido un atisbo de la Realidad Divina, lo mismo que es preciso ver el mar y conocerlo un poco antes de zambullirse en él. Este atisbo viene generalmente de un despertar de la consciencia psíquica. En cualquier caso, es necesaria una realización cual­quiera, ya sea un fuerte contacto mental o vital, si no un profundo contacto psíquico o incluso un contacto integral. La Presencia Divina debe haber sido percibida intensamen­te en el interior o alrededor de sí; debe haberse sentido el hálito del mundo Divino. Y es necesario también haber sentido el hálito opuesto, el de la vida ordinaria, como una opresión sofocante, apremiándote de alguna forma a es­forzarte para salir de su atmósfera asfixiante. Si has expe­rimentado eso, ya no te queda más que buscar refugio, sin reservas, en la Divina Realidad, vivir en su ayuda y su protección; y en ninguna otra parte. Este movimiento de abandono, que tal vez hayas hecho parcialmente en el trans­curso de tu vida ordinaria, en una o varias partes de tu ser, en ciertos momentos o en ciertas ocasiones, debes hacerla completamente y en serio. Tal es la zambullida que hay que hacer; y en tanto no la hagas, podrás practicar el yoga durante años y sin embargo no saber nada de la verdadera vida espiritual. Haz esa inmersión totalmente y sin restric­ciones, y te verás liberado de la confusión del mundo exte­rior y tendrás la verdadera experiencia de la vida espiri­tual.



Extracto del libro: La Madre - Conversaciones, tomo I